Venezuela en primer plano

Ser un turista en Venezuela, en el contexto y las circunstancias actuales es una situación muy preocupante, pero siendo periodista, el lugar de vacaciones se ha vuelto el escenario de la noticia.
El decreto de los Estados Unidos que declara a este país una amenaza sólo ha cambiado el discurso de los políticos, pues la escases de productos básicos, las colas para adquirirlos y los revendedores que asechan siguen a la orden del día.
Una frase ronda mi cabeza constantemente: "Venezuela es uno de los países más corruptos". La sorpresa invadió mi cerebro, pues la dijo alguien que ha estado toda su vida aquí y ha visto los años de gloria, cuando anualmente renovaban electrodomésticos, ahora, la gente piensa más de dos veces antes de considerar obsoleta su cocina.
Son las 4 y cincuenta de la madrugada, estamos en una fila esperando que la tienda Makro de La Yaguara, en Caracas, aperture sus puertas a las 6 de la mañana.
Según me dicen, estamos de suerte, pues hemos alcanzado un lugar privilegiado (sólo hay 14 personas delante de nosotros, según mis cuentas), ya que veces anteriores en que mis acompañantes han venido a esta hora –prefiero reservarme los nombres- encontraban la fila por el inicio de la reja del market, unos treinta metros atrás. Ha pasado media hora y unas 25 personas habrán llegado. Falta poco para que abran las puertas.
La conversación entre la gente que espera trata de los productos que pueden encontrar.
-Ayer vi que había papel.
-Espero que encontremos pollo, ayer en la tarde quedaba poco.
-El Axión -lavavajilla- también he visto.
Otro tema de conversación en el que algunos están seguros y otros dubitativos es sobre si ese día les toca comprar. Me explico: además de los captahuellas -ese objeto en que queda registrada la huella dactilar cuando se hacen los registros legales, que aquí los utilizan para que la gente compre sólo la cantidad que el Gobierno les permite, en el período que le está permitido-, para regular el consumo por persona, cada uno, según el último digito de su número de cédula -el documento de identidad- está distribuido en un día de la semana.
Son las 5 y media de la mañana, falta menos de una hora para que Makro abra sus puertas, hace un frío glacial y la gente ha seguido llegando; familias enteras, algunas con ancianos de edad muy avanzada y/o niños en brazos de sus padres. Los carros transitan a esta hora dejando, por lo menos, dos personas que se incorporan a la fila de espera. Además de los carros, las motos lineales, que aquí hacen servicio de mototaxi, recorren continuamente el asfalto.
La gasolina es lo más barato que hay en Venezuela, como me dijeron “es más barato que el agua”. A las pruebas me remito, en un viaje de dos horas de mi lugar de residencia a otro punto del país, el chofer le cargó 30 litros de gasolina en su tanque, el precio final 3 bolívares.
Ahora, con las cifras queda así: el dólar en Perú equivale, aproximadamente a  3.10 soles, y el dólar en Venezuela (en el mercado negro, que es donde mejor cotizado está) está 283 bolívares, redondeando las cifras –como lo hice con un compatriota con el que me crucé-, subamos los bolívares y bajemos los soles, dejando el dólar a 3 soles y 300 bolívares, entonces, un sol equivale a cien bolívares, lo que nos da un resultado final de 3 céntimos de sol el gasto total, equivalente a 1 céntimo de sol por cada diez litros, aproximadamente.
Ahora, para que quede claro que realmente la gasolina es más barata que el agua, un bidón de agua de 10 litros, vale 60 bolívares, entonces, un litro de agua equivale a 6 bolívares.
Y porqué la necesidad de comprar bidones de agua, simple y sencillo, porque hay zonas en las que no llega agua potable todos los días, y los recipientes en los que se almacena no es salubre, entonces, cuando llega el agua (que suele ser una semana al mes, a veces de suerte dos) se almacena en los tanques respectivos, y el resto del tiempo se usa el agua almacenada, usualmente para la limpieza de la casa, el aseo personal, lavar ropa y trastes en general.
Las 6 de la mañana, la hora cero, la fila ya da la vuelta a la cuadra y comienzan a ingresar las personas en grupos de 20. En la reja de entrada hay una persona que te entrega un tiket amarillo con un número cuando le muestras tu cédula, en mi caso, uso mi pasaporte.
En la entrada del establecimiento armamos dos filas, una para los que tienen pase Markro y otra para los que no tenemos. Reviso detenidamente mi tiket, soy el número 31, figura la fecha y abajo tiene un aviso “Este número es sólo para el orden de la cola no garantiza el producto”.
A lo lejos vislumbro una tercera cola, una que se forma en una puerta lateral. Los minutos pasan, algunos aprovechamos para ir al baño, otros compran un vaso de café del vendedor que ingresó hasta donde estamos nosotros; los trabajadores de Makro ingresan y se acomodan en sus puestos, el gran vidrio que nos separa deja ver como se van instalando.
Seis y media de la mañana, ahora sí, es momento de ingresar. Primero entran las personas que formaron en la fila lateral.
-¿Y ellos por qué ingresan antes? –pregunta un hombre delante de mí.
-Ellos son mayoristas, tienen entrada preferencial –responde el señor que está delante de él.
-¿Y cómo comprueban que son mayoristas?
-Tienen pase especial, creo.
Ingresan y se registran, todo se ve a través del cristal, una vez que pasaron por control, recién ingresan a realizar sus compras. Ahora es turno de ingresar para las personas que tienen pase Makro, nuevamente van en grupos de 20.
Después que ingresan 3 grupos, recién nos dejan entrar a los que no tenemos pase, igualmente en grupos de 20. Adentro todos se registran con su cédula, mi pasaporte hace sus veces.
Mientras espero en la cola caigo en cuenta de una mujer que está dos turnos delante de mí, lleva colgadas tres bolsas, todas con zapatillas.
El hombre que la acompaña señala a la señorita que recibe los tikets en la entrada, apoyada en una mesa larga sobre la que pone varias bolsas que va decomisando, algunas tienen objetos dentro y otras están vacías. “No dejan llevar bolsas grandes, por si hacen saqueos”, comenta el acompañante.
Para suerte de la mujer, la señorita del control de tikets escuchó con benevolencia los ruegos de esta y la dejó ingresar con todas sus bolsas.
Llega mi turno y con el documento hacen todo el registro, la única pregunta que me hace el señor detrás de la computadora es: “¿Dónde vives?”. Termina de registrarme y me hace poner mi huella digital derecha en un captahuellas, luego la izquierda. Me entrega el pase y ahora sí, puedo entrar a hacer mis compras.
Paso por la valla. La señorita del control que me pide el tiket, se lo entrego y ni lo revisa, sólo lo pone en el cúmulo de papeles que le han ido entregando los clientes que ingresan.
Entro y lo primero que percibo es la cola de personas con sus carritos llenos de paquetes de papel higiénico que esperan a que abra la caja factura. La imagen es sorprendente, hay grupos de reunidos alrededor de sus compras que llevan varios productos, personas de la tercera edad que esperan junto a sus nietos a que regresen sus familiares que seguramente han ido a buscar más productos. Pero lo más angustiante es ver como en cada carrito de compras lo que más abunda son los paquetes de papel higiénico.
Me reúno con las personas que me acompañan, la novedad es que hay todo. “Dicen que ayer llegó un cargamento con todo”.
Como no sé qué comprar sigo la asesoría de uno de mis acompañantes, el que me da alojamiento y sólo compro tres paquetes de papel higiénico (de 4 rollos cada uno) y una botella de aceite, no puedo comprar más porque esa es la ración por persona de estos productos.
Uno del grupo va a buscar desodorante, detergente y utensilios de limpieza, pero regresa con las manos vacías porque no hay. Al parecer cuando dijeron todo, se referían sólo al papel higiénico, porque eso era lo que sí había, en tres contenedores que estaban llenos y uno que se encontraba casi vacío.
Vamos a la fila para la caja, somos los segundos pero esperamos 15 minutos hasta nuestro turno porque delante de nosotros estaba una familia entera, y el pago es uno por uno.
Mientras esperamos en la fila conversamos esperando nuestro turno, me preguntan algunas costumbres que tenemos los peruanos en cuanto a compras y hábitos de nuestro actuar diario.
Un momento me desconecto de la tertulia y observo con más detalle la tienda. Recuerdo el Makro de Plaza Norte en Lima, allí los espacios están llenos de productos y ahí mucha variedad, en cambio aquí hay anaqueles vacíos.
La conversación es interrumpida por un aviso que comunica a toda la clientela que el pollo se ha terminado y no habrá abastecimiento hasta nuevo aviso.
Ahora sí nos toca pagar. Dejamos que pasen a los que vinieron con pase Makro, ellos ponen su dedo en captahuellas, lo que significa que no podrán comprar nuevamente estos productos en esta tienda los siguientes 15 días.
A mi turno me preguntan si puse la huella en el ingreso, como mi respuesta es afirmativa no hacen que vuelva a ponerla, ahora tampoco podré comprar ni papel higiénico ni aceite en 15 días.
Salimos de Makro a las 7 y 50 de la mañana. Es algo realmente decepcionante y hasta siento impotencia porque fui a hacer cola desde las 4 y media de la madrugada sólo por doce rollos de papel higiénico y una botella de aceite, todo porque no hay más productos.
Cogemos rumbo a UNICASA, otro market que está a cuatro avenidas de distancia y abre a las 8 de la mañana, ahí sí tuvimos que hacer una cola más larga porque también hay gente madrugadora que va desde antes de despuntar el sol.
Aquí la fila prácticamente da la vuelta a la manzana, sólo uno de los lados está vacío. Uno del grupo, el que no puede comprar porque su número de cédula no corresponde, va a comprar algo para comer, porque sentimos la ausencia del desayuno.
Regresa con empanadas. “Por fin algo conocido”, murmuro. Algo que extraño de mi país, pero no mucho, es la sazón de la comida, porque si bien una persona con la que vivo cocina como en Perú, no lo hace con el mismo sabor, porque no hay todos los ingredientes, o tienen un sabor diferente, eso es propio del lugar.
Como hoy no le toca comprar los productos regulados –esos que proporciona y raciona el Estado- se va al market, para comprar otras cosas que requiere en su casa.
Las 8 de la mañana, la fila no avanza, uno va adelante de la fila para ver qué sucede. A los minutos dejo a la única mujer que nos acompaña guardando el turno, voy a ver qué retrasa la fila y es un camión que deja cargamento, intercambio algunas palabras con mi compañero de compras y regreso con la chica.
A los segundos llega un señor que forma delante de nosotros y había dejado a su esposa esperando en la fila, él trae la novedad.
-Acaban de descargar azúcar, detergente y suavizante, acaba de llegar un camión más, por eso todavía no comienza.
Ya son las 8 y 20 de la mañana, ahora sí comenzamos a caminar, aquí también ingresan en grupos de 20. Como estamos por una de las salidas, observamos como las personas se retiran con bolsas de detergente y dos suavizantes. Terminamos de avanzar por el lado en que nos encontramos y la fila comienza a avanzar en grupos menores, de 5 o máximo 8, algo raro está sucediendo.
-Voy a ver qué está pasando adelante–le digo a la chica y la dejo cuidando nuestro turno en la fila, nuevamente. Me encuentro con mi compañero que está observando lo que sucede- ¿Qué está pasando? ¿Por qué no avanza la fila?
-Se están coleando –me responde.
Veo que en tangente a la fila ordenada por la que ingresa la gente hay otro grupo que, cuando dan aviso para dejar entrar a los grupos de 20, se van filtrando, y el hombre que hace el control de personas no dice nada.
-Pero alguien debe hacer algo para controlar que no se infiltren.
-Nadie hace nada.
Me quedo observando 4 grupos más, quedo atónito al ver cómo en cada grupo se infiltran personas que no hicieron la cola que corresponde… ¡Y el hombre de control no hace, ni dice nada!
Regreso a nuestro lugar, para ver cómo va el avance, es casi nulo, y han pasado diez minutos desde que la dejé y la chica está sólo un metro más adelante. Me quedo acompañándola, el sueño quiere hacer presa de mí, cabeceo.
La fila avanza muy lentamente, de ratos viene nuestro amigo que fue a ver adelante, sólo nos da aviso que la gente se sigue coleando, que ya se acabó el azúcar y que ahora sólo entregan una botella de suavizante en lugar de dos.
Para no dormirme voy adelante de ratos para acompañar a mi amigo y de paso observar la situación, porque hay otra novedad.
-Hay gente que ha salido de comprar y vuelve a colearse porque no hay captahuellas.
Me quedo observando un rato y luego regreso a nuestro lugar en la fila. Escucho como la gente conversa.
-El otro día vine con mi mamá, ella me dijo que debía esperar y en la tarde llegaron el pollo y la carne, luego me llamo sólo para decirme –con voz chillona y de burla- “te dije que esperarás, ya ves lo que te pasa por irte rápido”.
-Yo tuve tan mala suerte la última vez que vine, que antes de mi turno se acabó el detergente.
-Por ahí he escuchado que más tarde va a llegar pollo.
-Ayer vine y ya se había acabado el papel higiénico.
-Nunca habíamos estado tan mal, ni con Chávez.
Ya faltaba poco para nuestro turno, como ya me cansé, voy nuevamente adelante para ver cómo va el avance. Lo primero en que me percato es el gesto de gran molestia en mi compañero de viaje.
-¡Se están coleando buen rato, la gente se queja y nadie hace nada!
Efectivamente, muchas personas se estaban infiltrando en la cola, es más, un señor de tez morena que hace un rato, cuando vine, se infiltró, está volviendo a meterse en la fila. La gente hace barullo por la gente que se colea a cada rato.
-¡Vean ustedes cómo hacen la cola! –explota el hombre del control.
-Con eso está diciendo que hagan lo que quieran –comento molesto.
-No va a hacer nada, hace rato se están coleando y él como si nada.
Cuatro personas que estaban alrededor de la cola, reclamando, se acomodan y hacen un cordón humano para evitar que se infiltren, lamentablemente tienen poco efecto, pues ahora comienzan a colearse detrás de la esquina, donde no llegan. Pasan 3 grupos de 20.
-¡Vamos rápido! Ya debe estar a punto de ser nuestro turno –me dice mi compañero de compras.
Nos lamentamos a nuestra llegada, pues nuestra amiga sólo avanzó un par de metros de donde la dejamos.
-Aquí casi ni se avanza –nos dice.
-Bueno, ahora se ha ordenado la gente para evitar que se infiltren, voy a ver cómo van –dice nuestro compañero.
A los minutos, cuando nuevamente quiere apresarme el sueño, voy a acompañarlo. La gente del cordón humano repele a los que quieren infiltrarse adelante, pero no tienen control de los que se colean atrás.
Ingresa un nuevo grupo de 20. Para sorpresa de muchos, dos uniformados de la Guardia Nacional Bolivariana se asoman por la puerta, algunos gritan que bajen a controlar, a lo que uno de ellos, un joven que de 25 años no pasa, se acerca a nosotros. Una señora del cordón humano, que al parecer estaba ordenando al resto, le habla directamente al guardia con mucha euforia.
-No se preocupe, nos hemos organizado y ya nadie se colea.
-Regresen a sus lugares, ahora nosotros nos encargamos –le responde el guardia.
-Le vamos a ayudar, estas cosas no pueden pasar, por lo menos no en mi Venezuela, no en mi patria, esta no es la educación que mi comandante Chávez nos dejó.
-Muy bien señora, ahora nos haremos cargo nosotros.
-No se moleste, le seguiremos apoyando, aquí no hemos dejado entrar a nadie, ni a tercera edad, nada de embarazadas o discapacitados, todos hacen la cola.
Esperamos a que pasen nuevamente tres grupos de 20 y regresamos con nuestra  compañera. Había avanzado algo más, pero no mucho.
-Los de la guardia han salido para hacer orden, espero que sean efectivos –dice mi compañero de compras.
Avanza un grupo más, ahora sí en donde estamos caminan 20, la guardia está haciendo bien las cosas. Dos grupos más y ya estamos adelante, yo tengo el pasaporte en la mano para ingresar.
Nuestro turno de entrar, subimos las escaleras metálicas lentamente porque delante de nosotros está una señora de avanzada edad y nadie va a ayudarla, los de la fila no se arriesgan por temor a que los acusen de infiltrados.
En la entrada está un hombre del market que controla la cédula, le enseño el pasaporte y me deja ingresar. El lugar es como un almacén donde están las cajas de productos, ahí sacan la bolsa de detergente de 5 kilos y, oh sorpresa, entregan dos botellas de suavizante. Paso a recoger mis productos y uno de los señores que despacha me dice al entregarme:
-¿Hoy tienes turno no?
-Claro –le respondo.
Salimos del almacén y llegamos al market, caminamos entre los pasillos buscando otras cosas para comprar, pero no hay mucho, los anaqueles aquí, a diferencia de Makro, están llenos, pero no hay variedad, hay pasillos enteros con mostaza, kétchup o algún otro producto que no es tan urgente, miro hacia la sección de embutidos, carnes y demás, están casi vacíos.
Vamos a la fila para la caja. Comienzan en los pasillos de productos, son inmensas y la mayoría de gente sólo tiene su bolsa de detergente con dos botellas de suavizante.
Un hombre de seguridad nos avisa de una caja que está vacía, nos movemos rápidamente, mi compañero llega y entre él y yo un hombre se acomoda, volteo para ver a nuestra amiga y ella se quedó en la otra fila, ya es tarde, la nuestra ya se prolongó. Me toca pagar, nuevamente enseño el pasaporte y repitiendo la operación del registro en Makro respondo el lugar en que vivo, pero esta vez, no me pasan por captahuellas.
Salimos de la fila y nos encontramos con nuestro compañero al que no le toca comprar hoy, él había conseguido frutas, embutidos que no son de mucha demanda y otros productos.
-Las manzanas están cien bolívares cada una, y sólo dejan llevar una bolsa con 6, ni una más; y eso que hace dos meses por doscientos bolívares te llevabas un kilo. ¿Y así dicen que no hay inflación?
Llega nuestra amiga y salimos de UNICASA, son las 10 y 40 de la mañana. Vamos a la camioneta y acomodamos todas las cosas que compramos entre los cuatro.
-¿Ahora a dónde vamos? –pregunto.
-A seguir buscando.
Salimos rumbo a otro market, a buscar otros productos en medio de esta aventura que es hacer compras en Venezuela. Rondamos por una farmacia, no hay nadie alrededor. "Seguramente no debe haber nada, mira que no hay cola”, dice uno de los chicos. Llegamos a un market, tampoco había nadie afuera.
-Aquí tampoco debe haber algo, no hay cola.
-Oye, pero la gente está saliendo con algo. Mira por la ventana a ver que tienen en sus bolsas.
-Veo azúcar y papel higiénico.
-Eso tenemos, vamos a ver a otro lado.
Seguimos rondando por la ciudad, de market en market, viendo cómo la gente salía con sus productos en bolsas transparentes –pareciera que son así a propósito, para que sean la señal de lo que se puede comprar- a las que miramos cada vez que podemos, pero lo que más hay es azúcar.
-De haber sabido que no había captahuellas me hubiera metido en la fila –dice el amigo que no pudo comprar.
-Sí, te ubicabas unas 30 personas detrás de nosotros y luego de pagar salíamos a tu encuentro –responde el otro compañero de compras.
-Yo creo que hubieran sido 50, o 70, para que nos dé tiempo –agrego.
-Ya me estoy cansando –dice la chica- vamos a ver qué hay en mí casa.
-¡¿Queeee…?! –dicen los chicos.
-Dije –ahora más pausado- vamos a ver qué hay en mí casa.
-Ahhhhh yaaa, yo había escuchado UNICASA.
-Yo también, ya te iba a mandar a hacer cola tú solita.
-No, ni loca que estuviera.
Solo algo nos distrae antes de salir de Caracas, una fila para comprar pollo, pero preferimos no comprar ahí, porque cerca a la casa hay un puesto que vende muslos de pollo a sobreprecio.
Ya más adelante en el camino solo nos detenemos para comprar embutidos, bajan los chicos. No hay muchos productos, traen un pequeño paquete de chuletas, algunas lonjas de jamón y algo de queso, no hay más.
No sé si considerar esto un mal día, para un país que tiene una terrible inflación y las colas son algo normal, creo que he tenido suerte. Los más afortunados pueden comprar productos a sobreprecio, pero los que ganan sueldos básicos tienen que hacer, cada vez que pueden, la travesía que acabo de pasar por subsistir.
El negocio redondo aquí es lo que ellos llaman “bachaqueo” que no es otra cosa que la reventa de productos. Según me cuentan, una persona tranquilamente puede vender a 250 bolívares una botella de suavizante que contiene la misma cantidad de la que hemos comprado junto con otra igual y una bolsa de detergente de cinco kilos por 281 bolívares. Hay gente que ganaba el salario básico que ha renunciado a su trabajo por dedicarse a estas prácticas porque hasta triplicaban sus ganancias.
Y ni siquiera pueden escapar del país, en las noticias suena que de México han devuelto a alrededor de 50 venezolanos en las últimas dos semanas. Esto porque cuando llegaron no demostraron que su estadía era temporal, exigen que enseñen la reserva de hotel y una cantidad de dinero necesaria para su estancia en ese país.
Según cuentan las noticias por acá, los tuvieron dos días en el aeropuerto, detenidos –hasta durmieron en el suelo- porque no tenían los documentos que sustenten una visita temporal, y a falta de estas exigencias, los “devolvieron” en el siguiente vuelo.
Similar situación ocurre en Aruba, Panamá y otros países. En Panamá la estrategia es diferente, pues exigen que los venezolanos que viajen demuestren que tienen 500 dólares para que puedan quedarse de visita.
Lo curioso con esto es que aquí hay dos tipos de cambio en la vía legal, una (el SICAD) cambia a 12 bolívares el dólar, mientras que la otra lo cambia a 190 bolívares el dólar. Cuando, en el mercado negro –como lo mencioné al inicio del texto- está a 283 bolívares el dólar. Aquí lo interesante del asunto, cuando un venezolano viaja a Panamá, le dan 300 dólares, lo que significa que si alguien quiere ir a ese país, debe conseguir 200 dólares adicionales (seguramente en el mercado negro).
Mientras tanto, Maduro sólo ha atinado a manifestar reiterada y constantemente que la declaración de Obama es parte de la guerra del imperio, y ahora, está en una campaña de recolección de firmas para exigir que el presidente yanqui derogue la declaración.
Los funcionarios estatales dicen que la campaña ha sobrepasado las expectativas, otros osan decir que hay gente que firma obligada. Los que dicen esto tienen motivos para creerlo y yo también lo cuestiono, pues hace una semana en una reunión social, un empleado de una empresa del Estado dijo que iría a una marcha contra el imperialismo por exigencia de su trabajo, que habría registro de firmas y si no iba, le descontarían en su salario –bajo el mismo mecanismo pueden trabajar con las firmas.
Yo soy un izquierdista convencido de su ideología, pero cuando veo la situación de este país me hace dudar del camino que el socialismo marca, pero tengo la esperanza cuando recuerdo los textos que leí del gran Amauta Mariátegui, definitivamente las ideas son muy diferentes.
La situación de Venezuela prende de un hilo. Los Estados Unidos –no niego que sea un imperio ebrio
de poder que tiene muchos intereses aquí, por el petróleo, y se mete hasta donde no lo llaman- ha declarado amenaza a este país, como lo hizo con los países de oriente antes de invadirlos, y las especulaciones abundan.
El otro día escuché que un médico chileno, muy bueno, que atendía a una señora conocida de mis compañeros, regresaba a su país con toda su familia.
No lo culpo, el panorama demuestra que la situación va a empeorar y el presidente sólo atina a declarar contra el imperio, manteniendo testarudamente sus políticas populistas, interrumpiendo todos los días con su cadena nacional mostrando lo que declara en el congreso o realizando alguna campaña populista de asistencialismo puro.
Algo que me parece sumamente alarmante es como los medios de comunicación de Venezuela se prestan para las jugadas del Gobierno, evitando enseñar en sus cámaras las largas colas que se realizan a diario en los supermercados.
Esto me deja dos hipótesis (una tan macabra como la otra y a la vez descabellada, pero en estas circunstancias todo vale): la primera es que los medios están comprados o amenazados por el Gobierno para que no muestren la situación crítica que atraviesa el país, y la segunda es que esto se ha vuelto tan común que ya no es noticia –aunque estas situaciones nunca dejan de serlo.
Lo cierto es que desde mi llegada sólo un día he visto en la televisión una noticia relacionada a las largas colas, cuando avisaron que llegó un cargamento de pañales a una tienda y para adquirir el único paquete que te dejaban comprar, los padres tenían que enseñar el acta de nacimiento de los hijos. Las conclusiones salen de inmediato.
Esa misma noche escuché decir a un compatriota, que reside más de quince años acá, que si el oficialismo ganaba las elecciones del congreso –que serán en diciembre- regresaba a Perú. “Porque por lo menos la oposición le hará el pare a Maduro”, decía.
Venezuela es un país hermoso, me encanta la geografía del lugar, es perfecto para la aventura. Pero su política desanima a cualquiera y sus políticos aburren a muchos, con este día entiendo cuando me dijeron que mejor fue el primer gobierno de Alan, porque “había poco pero había, en cambio acá simplemente no hay”, y eso lo comprobé con las compras de este día.
Y eso que sólo compramos productos básicos para familias sencillas. ¿Qué sucede con las familias que tienen más de 3 hijos? ¿O con las personas enfermas que requieren de cuidados especiales?

Regresamos a la casa, almorzamos y me voy a dormir, el sueño que siento es indescriptible.
He salido a las 4 de la madrugada. Son las 12 con cuarenta del día y todo lo que he podido comprar, a nombre personal, son 12 rollos de papel higiénico, dos botellas de suavizante, una botella de aceite una bolsa de detergente de cinco kilos. Gasto total: 529 bolívares y una mañana perdida.


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